Estamos determinados al fracaso matrimonial?
- Danilo Carrillo
- 1 ago
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Cuando pensamos en el modelo creacionista del matrimonio, tenemos una sensación de estar en uno de los momentos más desesperantes de la humanidad.
El modelo creacionista del matrimonio funciona en los términos del poder sobrenatural de Dios, que determinó los mandamientos, las ordenanzas, la organización funcional y los mecanismos para que tuviera éxito, y esos mecanismos no han sido modificados desde la aquel momento cuando, Adan actuó en su papel de profeta y hablo inspirado por la Providencia Divina. Pero el ser humano, en su intento por rediseñar aquello que no se ajusta a su conveniencia, ha desplazado la preeminencia del modelo bíblico y ha abrazado un modelo social, transaccional, condicionado, descartable cuando deja de cumplir sus propias expectativas, frágil cuando la presión de la vida irrumpe dentro del sistema y fragmenta sus partes. Como le sucedió a un amigo de mi hermana que, enfrentado con la rigidez afectiva de una madre controladora, una esposa emocionalmente distante, deudas que se volvían devoradoras y un vicio que utilizaba como válvula de escape, tomó la decisión de hacer cesar su vida por sus propios medios. O una joven mujer cuya ansiedad le devoraba los amaneceres y cuya depresión la inmovilizaba ante el espejo mientras repetía oraciones en las que no encontraba abrigo. La desesperanza es la enfermedad de este siglo, se ha instalado en los dormitorios, en los almuerzos, en los cuerpos acostados sin tocarse, en los mensajes que se escriben sin profundidad y en las oraciones que se dicen sin el sentimiento profundo de una fe viva que sabe que Dios es sostiene su modelo cuando obedecemos sus mandamientos.
La vida, mi amigo que lee estas lineas, para un gran segmento de la población mundial, vive en el umbral de la desesperanza matrimonial. Y la relación que debería ser la más fluyente, más creciente y más perdurable se ha convertido en la sala de emergencia de una sociedad rota, en donde no hay salidas fáciles para la suma de circunstancias que se viven. Hoy, cuando hemos avanzado notablemente en el capítulo 5 de Efesios y hemos excavado elementos clave de la estructura matrimonial, me siento profundamente preocupado por la escasa capacidad de las personas de resistir a pesar de. Y esa resistencia no es estoica, debe ser espiritual. Es lo que trato en el libro Matrimonios 3.0, donde abordamos laResistencia del matrimonio, como una estructura donde sus partes son tan fuertes como su determinación, pasión y resistencia en medio de cualquier circunstancia, como un andamiaje espiritual que sostiene el edificio humano cuando todo lo demás se desploma.
Me pregunto con tanta frecuencia que me irrito yo mismo, por qué trasladamos principios de excelencia a otras áreas —tecnología, ciencia, exploración espacial— pero no los aplicamos al aparato más fundamental de la sociedad. ¿Cómo es posible que pongamos en marcha grandes naves espaciales y no logremos poner en órbita el matrimonio? ¿Cómo se explica que seamos tan impredecibles en la institución más importante de nuestra existencia social? ¿Será que estamos destinados, o peor aún, recalificados, al fracaso? ¿Cómo un hombre es capaz de hacer volar un avión, pero no puede aterrizar los elementos de Génesis 2:24 y Efesios 5:21-30 en su hogar?
Y es allí donde el apóstol Pablo nos introduce en una exégesis viva de genesis 2:24. Efesios 5:21 al 30 es una exégesis profunda de Genesis 2:24. Es la raíz vista desde el fruto, es el modelo original revelado desde el principio. Y cuando llegamos al versículo 31, encontramos la estructura funcional del matrimonio. Dice que por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne. El apóstol no está dando consejos matrimoniales. Está revelando el mapa genético de la unidad. Y en el versículo 32, lo llama misterio. Y no un misterio cualquiera: grande es este misterio. Porque el nosotros compartido no es una técnica de convivencia, es una unidad espiritual sellada con la prefiguración de Cristo por su iglesia. El misterio no es la dificultad de entenderlo, es la profundidad de su implicación eterna. El misterio es que amar como a nosotros mismos no se limita a emociones, implica defender ese amor con la fuerza proporcional a la amenaza subyacente que enfrentemos. Y eso significa, en la vida diaria, lavar nuestros platos y los de ella, cocinar nuestras comidas y las de ella, anticiparnos a las necesidades que ellas no pueden expresar, cuidar como se espera que cuidemos, tratar como ellas esperan ser tratadas, servir sin cálculo, rendirnos sin perder autoridad, entregarnos sin pedir explicaciones.
Porque la Escritura dice: “La sustenta y la cuida.” Y eso es hacer lo que ellas esperan que hagamos. Eso es hablar con los gestos, responder con actos, vivir rendidos a una lógica del amor que no calcula, sino que entrega.
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