Decide ser Cristo para tu esposa
- Danilo Carrillo
- 22 jul
- 3 Min. de lectura

Un hijo aprende observando cada gesto de su padre; de ese axioma parte Pablo cuando ordena: “Sed imitadores de Dios como hijos amados” (Ef 5:1). La imitación filial se convierte en la piedra angular de la ética conyugal. En el versículo 25, el apóstol revela la forma concreta que adquiere ese principio en el matrimonio: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella”. La declaración trasciende las categorías sentimentales; instala al esposo dentro de una lógica cristológica de autosacrificio que encuentra su paradigma en el Gólgota. Cristo no expresó afecto desde la distancia; abrazó la cruz, soportó el silencio de Getsemaní, la injusticia de Pilato y el escarnio del Sanedrín. Ese itinerario define la medida del amor conyugal.
La envergadura de la demanda resulta incómoda en una cultura que premia la autonomía y la gratificación instantánea. Ejecutivos que gobiernan imperios financieros, pastores que articulan discursos elocuentes, profesionales admirados por su brillantez administrativa, muchos sucumben ante la sencillez brutal de amar con perseverancia. Las estadísticas de divorcio entre líderes empresariales confirman el desfase entre competencia laboral y solvencia relacional. Cada quiebre matrimonial deja al descubierto una hermenéutica deficiente del mandato paulino; se percibe el texto, pero se ignora la textura de sus implicaciones.
La tragedia sucedida en Utah ilustra esta distancia. Una familia perdió la vida intoxicada por el humo de un incendio presuntamente provocado por el mismo hombre que juró protección. El combustible materializó resentimientos acumulados, discusiones interminables, amenazas veladas. El humo que sofocó esos cuerpos simboliza los argumentos que, deliberadamente ignorados, sofocan la convivencia en incontables hogares. La exhortación de Pablo revela que el amor conyugal contiene un imperativo de provisión y resguardo; cuando ese imperativo colapsa, las cenizas sustituyen el hogar.
Amar como Cristo implica sangrar en lo ordinario. El esposo que calla reproduce el silencio de Jesús ante sus acusadores. El que se levanta a apagar la luz olvidada encarna la paciencia. El que conduce kilómetros durante la madrugada para satisfacer un antojo encarna la providencia que alimenta. Las cicatrices domésticas se vuelven sacramentos visibles de la gracia invisible. Lutero dijo una verdad que el matrimonio es y seguirá siendo una “escuela de carácter”; Puedo añadir a esto que el fin último del matrimonio es sin lugar a dudas “el escenario donde se aplica la gracia que el conyugue necesita”. Esto capta en esencia que la santidad matrimonial se construye a golpe de pequeñas renuncias que esculpen almas.
Pablo no ofrece un ideal romántico inalcanzable; ofrece un dinamismo reumatológico. La misma epístola en la que exige la entrega matrimonial declara que el creyente fue “fortalecido con poder en el hombre interior por su Espíritu” (Ef 3:16). La demanda se sustenta en la dotación espiritual previamente garantizada. La fuerza para perseverar en el amor no brota de la voluntad humana desgastada, es esencialmente espiritual, de la vida de Cristo comunicada por el Espíritu. El orden creacional se renueva en la redención; por ello, el esposo participa en la renovación de la creación cuando ama con esa energía cruciforme.
Existen épocas en que la fatiga emocional se impone. El varón honesto confiesa haber fantaseado con la evasión, creyendo que otro vínculo aliviaría la presión. Sin embargo, la narrativa bíblica desmantela esa expectativa: la plenitud no se halla en cambiar de escenario, sino en permitir que la gracia transforme el escenario existente. El calvario demuestra que la gloria no se alcanza eludiendo el dolor, se logra atravesándolo con esperanza.
Así que, cualquiera que sea la temperatura de tu hogar, abraza el llamado. Decide revestirte de Cristo hacia tu esposa. La recompensa no consiste en una relación exenta de fricción, es especialmente en la formación de un carácter que anticipe el reino venidero. Las cicatrices que hoy pesan llevarán mañana la fragancia de la resurrección, y tu casa se convertirá en un microcosmos del amor trinitario que sustenta los siglos. Te leo en los comentarios.
Danilo Carrillo












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