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Ser Uno: El Misterio Espiritual del Amor y la Autoridad en el Matrimonio

parejas crecientes
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Pablo abre un preámbulo completamente enriquecedor al abordar la conducta cristiana antes de entrar en el sistema familiar, lo que hace del capítulo 5 de Efesios uno de los textos más leídos y a la vez más mal entendidos de la fe cristiana. La conducta cristiana casta y reverente que debemos tener —desde el versículo 1 hasta el 21— funciona como una antesala a los matrimonios duraderos y cimentados bajo una estructura formativa y creciente, pero inicia con una idea poderosa del crecimiento en la vida cristiana: ser imitadores de Dios como hijos amados. Para luego introducir una palabra que hemos considerado con profundidad: "andad en amor como también Cristo nos amó". Ya hemos hablado de la falsedad del amor, de cómo hay cosas que parecen amor y suenan a amor, pero no son amor. Por eso es urgente examinarnos, revisar nuestra manera de amar y ver si se alinea con el amor de Cristo. Ese es el tipo de equipamiento al que Pablo nos estimula: subir el nivel de nuestra identidad, asumir el llamado a ser Hijos de luz. Luego Pablo generaliza y empieza a bajar al detalle, describiendo elementos que deben ser voluntariamente rechazados si queremos vivir bajo los parámetros del Reino, y nos muestra cuál es la conducta que abre la puerta a la bendición y a la misericordia de Dios. Una persona que no puede guardar estas cosas es, en los términos del Espíritu, una persona espiritualmente muerta. Y si sus sentidos están embotados, sus rodillas paralizadas y su entendimiento entenebrecido, no podrá ser equipada con esta conducta. Por eso es imperativo que esta vida de luz sea la dirección de los cónyuges. En el versículo 21, Pablo introduce una nueva generalidad: "someteos unos a otros", y desde ahí comienza a desarrollar las especificidades del aparato conyugal. Aquí quiero quedarme un momento, porque en esta sección Pablo establece uno de los principios de autoridad y sumisión más profundos y malinterpretados de toda la Escritura.

El funcionamiento correcto del subsistema matrimonial y de todo el sistema familiar obedece a un principio de liderazgo esencial: autoridad servicial. Pero esta autoridad no se ejerce desde el poder de dominación arbitraria, es desde el  poder del servicio. Y aquí es donde quiero aportar una visión redimida del rol de la mujer en esta estructura jerárquica marital. Porque necesitamos salir de las crisis que golpean al sistema matrimonial, y es aquí donde radica todo el asunto de la unicidad complementaria del sistema. No es subordinación sin propósito, ni sentido, no es silencio sacrificado, es estructuración dinámica, viva de coliderazgo en sumisión mutua. En Efesios 5:21. Radica la esencia de Genesis 2:24. Ella ejerce un liderazgo relacional con discernimiento espiritual, participa de la dirección familiar desde la entrega, la escucha y el consejo. No es subordinada a ciegas. Es compañera, aliada, constructora desde la sabiduría. Su sumisión, bien entendida, no es debilidad, es contrapoder redentor. Es una forma activa de amor que contiene, que influye, que sostiene el vínculo desde el centro emocional del hogar. No abdica su voz. La afina. La templa desde la confianza radical en Dios. Y en este sistema, ella ocupa una posición nodal: su autoridad es simbiótica con la del esposo. Ella guía desde la emocionalidad reflexiva. Él desde la dirección estratégica. Ambos escuchando activamente a Dios.

Y en este sentido, esto es una gran profundidad: llegar al punto máximo del equilibrio en este rol compartido y voluntario. Es el equilibrio pleno de lo que dice Génesis 2:24: funcionar como uno. Pablo aquí toma esas palabras de Adán y las lleva a su formulación más completa: operar como equipo espiritual. Y lo entendemos con ejemplos claros. Lo vimos hace poco con el Mundial de Clubes. El Manchester City no ganó por tener una estrella brillante. Ganó porque funcionaron como una unidad integrada. Se sirvieron unos a otros, cada pase, cada cobertura, cada movimiento tenía un propósito más alto. Y así alcanzaron la gloria deportiva. De la misma manera, los matrimonios hoy fracasan porque no logran integrar la profundidad de Génesis 2:24 con el diseño espiritual de Efesios 5:22-23. Están en una encrucijada. Lo veo. Matrimonios destruidos por no entender dos principios clave: poner al otro primero y lograr una integración donde ser uno no significa eliminar la individualidad del otro, sino convertirse en un sistema vivo, unificado, operativo, bajo la bandera del amor de Cristo por su Iglesia.

Es aquí donde debemos tener la capacidad de someternos unos a otros en el temor de Dios. Y esta capacidad, esta virtud espiritual, está en conflicto abierto con la nueva normalidad de los matrimonios desechables. Uniones que nacen de un evento aislado, de una casualidad del destino. Vínculos sostenidos por emociones momentáneas, por la química del instante, sin compromiso, sin bases sólidas. Funcionando desde la prematuridad de la vida, sin amarras, sin equipamiento, sin profundidad de crecimiento.

Y lo más alarmante es que esta mentalidad superficial parece ser premiada por narrativas románticas que carecen de fundamento. Historias que exaltan el impulso pero ignoran el sacrificio. Y así estamos viendo una generación ensimismada, ocupada en sus propias necesidades, desligada de lo que hace que el matrimonio funcione como Dios lo diseñó desde el principio, en Génesis 2:24: una sola carne, una sola misión, una sola entrega.

Necesitamos volver a esas raíces. Necesitamos afirmarnos en esos valores cristianos que hicieron de la familia un bastión espiritual. Esta es mi invitación hoy: que podamos encarar con seriedad, con fe y con determinación esta empresa espiritual que es también la base de toda sociedad que quiere crecer en justicia y verdad. Que nos vaya bien para siempre. Así sea.

Te leo en los comentarios.

 

 
 
 

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