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Han Kang y el viaje entre palabras y silencios: La clase de griego (Resumen critico a la luz de mi fe)

Foto del escritor: Danilo CarrilloDanilo Carrillo

Actualizado: 22 oct 2024




La clase de griego” destaca por su magistral ciclo narrativo, donde las descripciones no solo dan vida a los personajes y sus emociones, sino que logran alcanzar una profundidad estética conmovedora. Han Kang construye una narrativa que no se limita a retratar lo externo, sino que se sumerge en las preguntas más esenciales de la condición humana: el dolor, la soledad, la comunicación y el silencio. Sin embargo, en su exploración de estas cuestiones existenciales, la autora utiliza enfoques filosóficos y fonéticos que, aunque ofrecen cierto consuelo y claridad, dejan al lector con “vacíos que la filosofía misma no puede llenar por completo”. La búsqueda del significado a través de la filosofía demuestra ser una ciencia inexacta para responder a las grandes preguntas del ser humano.


Este vacío evoca la experiencia de Job en las Escrituras, quien, en medio de su sufrimiento, planteó preguntas profundas a Dios y recibió respuestas que no fueron necesariamente directas, sino un llamado a aceptar la soberanía de Dios. De manera similar a como Job llegó a rendirse ante lo incomprensible y a reconocer la inmensidad de Dios, la novela de Han Kang sugiere que algunas preguntas permanecen sin respuesta, porque el verdadero sentido no reside en conclusiones racionales, sino en la aceptación humilde de nuestra finitud. En este sentido, su exploración de lo incomprensible en la vida sigue un camino aleatorio hacia la fe en Jesucristo.


Del mismo modo que Job, el cristiano se rinde mediante la elocuencia del reconocimiento que refleja el siguiente texto: "De oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven" (Job 42:5, RV1960). Esta frase señala la ruta del creyente, quien, dentro de la narrativa reformada, encuentra su significado en la experiencia del encuentro directo con Dios. Por otro lado, en La clase de griego, los personajes buscan respuestas más allá de las palabras, en ese espacio silencioso donde el entendimiento humano se rinde ante el misterio. Sin embargo, este camino incierto carece de respuestas sólidas que puedan resistir las amenazas y dificultades propias de la existencia humana.


La novela refleja este viaje hacia la resignación y la aceptación: tanto los personajes como los lectores son llevados por la historia a un punto en el que “la falta de respuestas deja de ser angustiante y se convierte en parte del proceso de reconciliación con la realidad”. Así, el verdadero sentido no radica en resolver cada pregunta filosófica, sino en aprender a vivir dentro de la tensión del "no saber", en reposar en la paz que ofrece la humildad ante lo que no podemos comprender del todo.


Dos voces, dos soledades

La historia comienza en una clase de griego antiguo, un espacio compartido por dos personajes quebradizos: una mujer atrapada en su propio silencio y un profesor que se enfrenta a la inminente oscuridad de la ceguera. La protagonista es incapaz de leer en voz alta las palabras en griego que el profesor le pide pronunciar. La voz se le quiebra, y el recuerdo de este instante la transporta a un tiempo lejano, a su infancia, cuando por primera vez sintió ese mismo bloqueo. Frente al silencio involuntario que ahora la invade, revive los días en que, siendo niña, encontró refugio en los libros mientras su madre luchaba contra el cáncer. En lugar de buscar compañía en otros niños o en juegos, la pequeña se sumergía en el mundo de las palabras, desentrañando signos y significados con una avidez que la alejaba del mundo real. Sin embargo, a los dieciséis años, cuando más necesitaba expresarse, el lenguaje la traicionó por primera vez: las palabras que había atesorado no se dejaron pronunciar, condenándola a un mutismo inesperado.

En el presente, la protagonista vive sola, marcada por un matrimonio roto y la pérdida de la custodia de su único hijo. La justicia la consideró emocionalmente incapaz de cuidarlo, y esta ausencia pesa sobre su vida como un vacío irremediable. Su precaria situación económica y su sensibilidad extrema la mantienen al margen del mundo, envuelta en una especie de caparazón que le impide conectar plenamente con los demás.

Al otro lado de esta historia, encontramos al profesor de griego, un hombre cuya visión se apaga lentamente desde su adolescencia. La oscuridad que avanza ante sus ojos también guarda en su memoria una historia de amor juvenil, un recuerdo luminoso que contrasta con la sombra de su presente. Además, su vida estuvo marcada por el desarraigo: de joven emigró a Alemania y, tras años de distancia, regresó a Corea, un lugar que ya no sentía completamente suyo. La vida de este hombre es una travesía por territorios inciertos, tanto geográficos como emocionales, siempre entre la nostalgia del pasado y la resignación hacia el futuro inevitable.


El griego antiguo como puente filosófico y emocional

Las vidas de estos dos personajes convergen en la clase de griego, un escenario que parece suspendido en el tiempo, donde la enseñanza del idioma clásico se convierte en una metáfora de su búsqueda interior. Como Sócrates y Platón en la antigua Grecia, los protagonistas se ven arrastrados a reflexionar sobre los grandes temas de la existencia: el amor, la muerte, la amistad y el paso del tiempo. Cada palabra en griego antiguo que estudian es más que un simple ejercicio lingüístico: es una invitación a explorar los límites de su propia experiencia, a cuestionarse las barreras que los separan de los demás y de sí mismos.

La protagonista intenta encontrar en esta nueva lengua un refugio distinto, como si el aprendizaje de un idioma extranjero pudiera abrirle la puerta a un universo más habitable, menos oscuro que el suyo. Pero las palabras no brotan fácilmente; en su interior sigue anidando el dolor, un dolor que no ha logrado expulsar porque lo ha encerrado tan profundamente que ha perdido la capacidad de expresarlo. Su silencio se convierte en un símbolo de esa carga emocional no resuelta: "Entonces, cuando disponía del lenguaje, las emociones eran más claras y fuertes. Pero ahora ya no hay palabras dentro de ella. Las palabras y las frases se han separado de su cuerpo".


Cuerpo, lenguaje y dolor: una fusión inevitable

En las obras de Han Kang, el cuerpo y el pensamiento no son entidades separadas. La autora los presenta como fuerzas que se entrelazan, moldeando la forma en que los personajes sienten y perciben su realidad. En La clase de griego, la mudez de la protagonista es tanto un bloqueo físico como emocional; su incapacidad para hablar refleja la intensidad del dolor que carga. De manera similar, el profesor, al perder la vista, experimenta una transformación que va más allá de lo físico: su ceguera es una metáfora del distanciamiento progresivo que siente hacia el mundo. Ambos personajes avanzan despacio, cautelosos, como si un paso en falso pudiera romper la frágil estabilidad emocional que han construido.

La narración sigue un ritmo lento y pausado, una cadencia habitual en la literatura oriental, donde el tiempo parece diluirse en los pequeños detalles y en los silencios que dicen más que las palabras. Cada gesto, cada reflexión, cada fragmento del pasado narrado con delicadeza, revela las grietas emocionales de los protagonistas. La ceguera de él y la mudez de ella no son simplemente circunstancias individuales; son reflejos de una vida atrapada en la soledad, donde el lenguaje —ya sea el que se pierde o el que no se puede pronunciar— se convierte en un símbolo de la desconexión con el mundo y con uno mismo.


critica reformada

El silencio de la protagonista y la ceguera del profesor nos transportan a la realidad fragmentada del ser humano, tal como la entiendemos desde las escrituras. Ambos personajes se mueven en un mundo donde las palabras y los encuentros, aunque necesarios, se revelan insuficientes para sanar las heridas más profundas. La protagonista intenta encontrar sentido en un nuevo idioma, como si un conocimiento externo pudiera liberarla del dolor que la consume. Pero su esfuerzo fracasa. La búsqueda de consuelo y control, al igual que la esperanza puesta en las palabras, se revela inútil, reflejando la verdad central de la caída: el hombre no puede salvarse a sí mismo.

La historia avanza lentamente, con un ritmo que refleja la espera y la incertidumbre propias del peregrinaje cristiano. En su conexión frágil, el profesor y la protagonista comparten un espacio de vulnerabilidad, pero este encuentro, aunque necesario, no es suficiente para restaurarlos por completo. La teología reformada enseña que, aunque las relaciones humanas pueden ser un canal de gracia común, la verdadera restauración proviene solo de Dios. En este mundo caído, toda sanación es parcial, una señal de la redención definitiva que solo se alcanzará en Cristo.

En su búsqueda frustrada, la protagonista nos muestra que el lenguaje humano no es suficiente para nombrar ni aliviar el dolor del alma. Sin embargo, la Palabra de Dios es la única que puede atravesar el silencio más profundo y traer esperanza. La obra de Han Kang sugiere que el peso del sufrimiento no desaparece, pero, como en la vida cristiana, la gracia de Dios ofrece suficiente luz para dar el siguiente paso, aunque la oscuridad persista. Esta historia no es una resolución, sino un reflejo del peregrinaje continuo hacia la redención: caminar a través de los silencios, confiar en medio del dolor y encontrar en la fragilidad humana una puerta hacia la esperanza eterna.


Danilo Carrillo Con la ayuda de Marc Peig de un libro al día

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