La capacidad de mantener la calma y la serenidad interna, a pesar de las dificultades o desafíos externos, depende en buena medida de su ancla en la vida. Aunque el entorno o las circunstancias sean estresantes, agitadas o difíciles, uno puede encontrar un sentido de tranquilidad y paz en su interior.
La paz no depende únicamente de las circunstancias externas, sino que también está relacionada con la actitud, la perspectiva y la fortaleza interior de cada individuo. Cuando se logra anclar el alma en una paz interna sólida, se puede enfrentar de manera más efectiva cualquier situación adversa que se presente en el entorno externo.
Incluso en situaciones de mayor adversidad, cuando sus libertades son violadas sistemáticamente, debemos aflojar las rodillas para que la situación cambie drásticamente. Cuando no hay resistencia, las circunstancias no se maximizan, se minimizan.
Hay dos cosas en las cuales Dios no puede cambiar en su inmutabilidad: Su promesa y su juramento. En tal sentido, podemos correr hacia Dios en la preocupación, en la depresión, en el estrés y la ansiedad, porque es un refugio seguro. Tenemos en él una poderosa fuerza permanente y un fuerte aliento para agarrar y mantener la esperanza que se nos ha puesto delante de nosotros. Tenemos esta esperanza como un ancla segura y firme del alma, que no puede deslizarse y no puede romperse, quienquiera que sobre ella ponga su esperanza. Porque nuestro Salvador ha entrado por nosotros, como un Precursor que se ha convertido en un intercesor para siempre.
La imagen del ancla en esta paráfrasis personal de Hebreos 6:18 en adelante nos ilustra uno de los mecanismos más extraordinarios para lidiar con el estrés, la ansiedad y la desesperanza.
Todos sabemos qué es un ancla. Todos tenemos esa imagen de grandes barcos usando sus anclas para estabilizar la embarcación firmemente en el punto donde se detienen, evitando que sea arrastrada por las fuerzas del viento y las corrientes. Su peso y diseño permiten que se hunda en el fondo del agua y se agarre al sustrato del lecho fluvial. Esto proporciona una resistencia física que ayuda a mantener la embarcación en su posición, evitando que se desplace o se aleje de donde se desea. Proporciona un punto de apoyo que contrarresta los movimientos de balanceo y cabeceo de la embarcación causados por las olas o corrientes. El ancla ayuda a reducir la deriva lateral y mantiene la embarcación en una posición más estable.
Entender este principio de un ancla segura es comprender la gobernabilidad suprema, absoluta y providencial de Dios que nos equipa para cultivar una mayor consciencia y conexión con uno mismo y sus potencialidades, fortaleciendo así la capacidad de mantener la calma y la paz interior incluso en medio de las tormentas externas.
Encontrar la paz interior no significa ignorar o evadir los problemas externos, sino más bien desarrollar una actitud de poder de transformación y equilibrio frente a las cosas que nos superan. Al mantener la paz interna, se pueden tomar decisiones más claras, enfrentar los desafíos con mayor serenidad y mantener un estado de bienestar emocional en medio de las circunstancias difíciles.
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